Desde España vinieron… ¡cargados de regalos!
El 28 de diciembre a las 9:30 de la mañana, luego de meses de coordinación y expectativa, llegaron muy puntuales y directamente desde España. En la Casita los esperaban con impaciencia.
María Mejía Guerrero, su novio César, amigos y familiares paisas, descargaron una encomienda enorme en la entrada de La Casita de Nicolás, conteniendo todo tipo de implementos dirigidos a los agasajados de cada diciembre: los niños, con el fin de desarrollar una actividad coordinada durante meses con el área administrativa.
Solo viendo a estos visitantes y oyendo sus acentos extranjeros, los niños supieron que iba a ser un día especial.

María es una fonoaudióloga (logopeda en su país de origen) e investigadora española residente en Madrid, Directora de la Unidad de Logopedia de las clínicas Nascia y el Centro Médico Medicae en las que ayuda a personas con daño neurológico adquirido, pacientes con ictus, tumores cerebrales o sobrevivientes de accidentes, que presentan dificultades con funciones básicas como el habla y la escucha.
Esta madrileña conoció de La Casita de Nicolás gracias a sus familiares en Medellín. Tenía planeado, como es su costumbre desde hace unos 6 años, viajar a un país no solo para conocerlo, sino para llevar un poquito de alegría a quienes tienen menos oportunidades de tenerla.
“Nos dedicamos un poco a recorrer el mundo y a conocer y, dentro de lo que nuestro equipaje permita, a ayudar a los niños”, explica. “Cuando viajo a distintos países, veo peques que tienen algunas carencias y digo ‘¿cómo no voy a darle una sonrisa a este niño?’”
Los viajes los realiza con ayuda de la aerolínea en la que trabaja César, su novio. La aerolínea conoce de las excursiones altruistas de la pareja y pone de su parte para transportar su carga de regalos que va a parar en manos de personas que, de otra forma, probablemente no habrían podido tenerlos.
Este año, aún así, María decidió hacer algo nuevo: involucrar a sus pacientes para que dieran lo que consideraran para ayudar a los pequeños de Medellín. Aunque anticipaba que no iba a tener una mala respuesta, no se imaginó la generosidad que encontró entre esas familias, la cual fue tanta que tuvo que ponerle límite.
“Las madres estaban holgadísimas”, dice. “Paramos, porque ya te digo, pañales me seguían trayendo. Es que los pañales ocupan un montón, y pesan un montón, y me seguían llegando. Yo compré muchos porque pensé que nadie me iba a dar. Y luego me encontré con que todo el mundo me traía y al final tuvimos que dejar porque con ellos me pasaba de kilos”.
“Estaba desbordada. Yo veo a lo mejor 20 pacientes al día, y me acostaba todos los días a las 3 de la mañana clasificando ropa, lavándola, ordenándola, gestionando lo que nos faltaba”, dice. “Yo quería que para cada niño hubiesen cosas. En el salón de mi casa eran torres y torres de ropa. Y todos los días llegaba más”.
El 24 de octubre realizaron su viaje, llegando a Rionegro a eso de las 11 de la noche. Al agente migratorio no le hizo mucha gracia ver las 8 cajas enormes que traían estos turistas provenientes de Madrid.
“Fue un proceso rápido”, asegura María entre risas.
Con todo este apoyo, y su propia iniciativa, preparó una jornada para agasajar a los niños de La Casita Nicolás.
Primero, la proyección de la película Coco. Y como La Casita no tiene teatro propio, fue el momento perfecto para improvisar.

Antes de esto, los pequeños pacientes de María, autores del gran amor detrás de las donaciones, les dieron un saludo a los niños y niñas colombianos a través de un video.

Luego de estas proyecciones siguió un rápido almuerzo, y tras esto las profes, voluntarias y demás personal de Casita ubicaron a todos los niños, desde párvulos hasta escolares, en la sala de la Fundación, custodiada por el Pesebre y un gran árbol de Navidad, debajo del cual estaba marcado con su nombre, el regalo de cada niño y niña.
En orden, todos los niños fueron recibieron su aguinaldo, además de una foto instantánea como recuerdo de esta visita.

La alegría de estos pequeños es difícil de describir. Muchos de ellos no solo no han contado en su vida con abundancia material, sino que no están familiarizados con la idea de tener posesiones propias, por lo que toma unos minutos explicarles que este juguete que se les brinda es de ellos, y que deben cuidarlo responsablemente.
Relojes digitales, muñecas, carros y camiones de juguete, rompecabezas y micrófonos fueron descubiertos debajo de los envoltorios azules y rosados. Los niños comenzaron a disfrutarlos inmediatamente, conduciendo por el piso de madera, iniciando sesiones de peluquería para Barbies y pidiéndole a los adultos presentes que les cuadraran la hora del reloj, y que les enseñaran a leerla. Un gran aprendizaje para los pequeños, en solidaridad y sobre todo, en gratitud.

Y a pesar del impacto positivo de acciones como ésta, existen críticos. Como explica María, son muchas las personas que piensan que, como personas, poco pueden hacer.
“’Mis amigas me dicen: ‘¡Estás loca! ¿A dónde vas, con ocho cajas a Colombia en un avión?’”, asegura. “Ellas no creen en esto, pero luego cuando ven el resultado dicen ‘ah bueno, pues sí que sirve de algo”.
Esta española comparte además su posición frente a los distintos problemas sociales, a los que pueden contribuir cientos de personas poniendo su granito de arena, por pequeño que sea:
“Seamos consientes de que, por poco que podamos hacer, es mucho. Aunque solo puedas llevar una bolsa de caramelos a un niño, a lo mejor ese niño no ha probado un caramelo en su vida. A mí mucha gente me lo ha dicho: ‘¿de qué sirve que vayas a África y le lleves a un niño una bolsa con globos para hinchar?’. Y les digo: ‘Pues me sirve de que ese niño, mientras esté hinchando ese globo durante un minuto, es feliz’”.
“En mis manos por desgracia no está solucionarle la vida a ese niño, pero si le puedo dar un minuto de felicidad, ¿por qué no se lo voy a dar? Vamos, que lo poco que puedas hacer, inténtalo. Hacer pequeños gestos, ayuda. No es tan difícil como parece, y no es tan inútil como parece”.
